Este verano estaba en el aeropuerto de Bolonia, esperando a que mis padres vinieran a por mí, y, para amenizar la espera, entré en una librería. Empecé a pasear por los pasillos, echando miradas a las portadas, buscando títulos que cautivaran mi atención, hasta que topé con “La costumbre de amar”, de Doris Lessing. Desde luego, se trataba de una frase que había poderosamente captado mi interés; le dí la vuelta, y en el resumen ponía: “Lo miró de una manera muy extraña: ¿Sabes, George? Has hecho tuya la costumbre de amar. Tú quieres algo para tener entre tus brazos, y ya está. ¿Qué haces cuando estás solo? Abrazas la almohada? Aquella frase, la costumbre de amar, provocó en George una revolución, se sentía herido en lo más profundo de su corazón”. “Pobre George”, pensé. Si lo tuviera delante le daría un achuchón. A mí también me impactaron estas palabras que mis oídos habían procesado como una condena. Ese fue el motivo por el que compré el libro sin pensarlo dos veces. ¿Podemos hablar realmente de una costumbre de amar? El título original de la obra es “The habit of loving”; “habit” procede del latín “habitus”, que significa “manera de ser”. ¿El amor es más bien entonces una costumbre, un hábito forjado con el tiempo, o se mueve desde la necesidad de estar-sentir(me) con el otro? ¿Nos acostumbramos a amar, o, mejor dicho, podemos llegar a acostumbrarnos a amar a alguien? Tengo que reconocer que la idea de que el sentimiento que me une a otra persona se pueda convertir en un hábito, como el de lavarme los dientes, me chirría y no me gusta. Por otro lado, pienso también que los hábitos son estos rituales reconfortantes que te proporcionan cierta dosis de estabilidad en la frenesís del día a día. El punto es sondar si, como el protagonista de la novela, tenemos la necesidad de amar, además de la costumbre. Sin lugar a duda, creo que todo el mundo alberga esta necesidad; la diferencia consiste en cómo le damos voz, en cómo se desarrolla, en quién la vamos proyectando. En mi opinión es allí donde estriba la vital diferencia: puede que elijamos a alguien por y para comodidad, por y para no estar sol@s, por y para no salir de nuestra zona de confort, por y para no cuestionarnos. Si eso...
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